lunes, 26 de noviembre de 2007

Luna Roja.-





Ayer noche la luna se veía majestuosa. Inmensa. Llena. Presidía el cielo y el mismísimo universo. Como hacía años que no recordaba verla.

Sólo dos días atrás había salido de mi guarida para tomar aire. Para respirar por unas horas aire, al menos un poco más limpio, en realidad se bién que salir de aquí ya es respirar aire más limpio. De vez en cuando tengo esa necesidad, casi costumbre. De repente la ciudad se me queda pequeña y necesito moverme hacia cualquier lugar. Salgo de mi escondite y busco, por lo general, un lugar menos habitado que la urbe. A ser posible despoblado, o casi. Busco tierra para pisar y para abrirla entre mis manos. Busco silencio y si acaso me conformo con las palabras que dice el viento, los graznidos de las aves o las hojas que se arrastran por el suelo. A veces hablar poco es hablar mucho. A veces en el silencio también hay discurso. Y sobre todo encuentras los recuerdos, sin buscarlos.

Y una vez pasado ese pequeño tiempo de terapia de limpieza, el cuerpo me pide volver a la urbe, al ruido, al humo sobre el humo, a volver a arañar al tiempo, al canibalismo urbano en definitiva. Y de vuelta ... ahí mismo. Entre los coches amontonados en la noche del domingo, en el inevitable retorno. Ahí estaba esa luna infinita, presidiendo nuestras vueltas, guiando nuestros destinos, como faro, como incansable y silenciosa espectadora de todos nuestros deseos, todos nuestros sueños. Estaba roja. Alguien apuntó que naranja. Yo la veía más roja que nunca, mi daltonismo crónico me permite ciertas licencias.

Una luna roja que presagiaba una increíble noche a los amantes. En mi cabeza mientras acariciaba el volante escuché miles de suspiros, gemidos increíbles. Vi cientos de sábanas arrugadas por la pasión, húmedas por el esfuerzo. Los relojes se paraban por un instante y en mis oídos bailaban los cuerpos de parejas desconocidas. Anoche presiento que fue una noche de lujuria oculta. No ha sido noticia de prensa, no se comenta en los tajos. Nadie lo reconoce. Pero anoche, sin duda, la luna roja guió nuestros labios hacia la pasión desbocada y sin control. Un secreto más que quedará entre amantes, musas y perdidos.


El vecino del 4º

lunes, 19 de noviembre de 2007

Brevísimo.-



Cuando el mundo me harta, cuando el jefe me increpa, cuando el atasco me rodea, cuando el corazón se disloca, cuando respirar es casi imposible...cuando me noto al límite del abismo. Cuando creo que va a llegar ese instante en que no pueda dar un paso más... Cuando noto que la cólera me atropella, cuando la saliba falta, cuando la respiración se dispara a quemarropa... Suelo cerrar los ojos. Imaginar que me pierdo entre sus infinitos labios. Carnosos. Húmedos. Ardientes. Escucho entre el ruído y el color gris de mi ciudad sus jadeos con una claridad cristalina. Noto en mis manos el latir de sus pechos prietos. Un escalofrío me recorre toda la espalda. Todo se para en un instante. Vuelvo a respirar con calma. Si además al abrir los ojos la veo como llega hacia mí, despojándose de sus ropas, con esos ojos felinos, relamiéndose los labios... acabo pensando una vez más que a este mundo le quedan algunas posibilidades más... Me volverá a devorar, volveré a nacer una vez más y hasta la próxima vez que me sature tendré un recuerdo suficiente para poder caminar por las aceras, para cumplir los horarios, para comprar en cualquier mercado, para luchar en silencio.


El vecino del 4º

martes, 6 de noviembre de 2007

Miss T.




El humo del garito esta noche está más cargado que otras veces. En realidad todos los garitos, por definición, siempre están cargados por demás. Y siempre la última vez que entro en uno me parece más cargado que la anterior. Parece que todo el mundo está hablando pero en realidad las conversaciones, creo, que son insulsas, falsas, superficiales. No van a ningún sitio. No son conversaciones. No se habla. Son excusas para todo lo demás. En resumen y en definitiva para el sexo.
En realidad me fijo más en cómo se mueve la gente que sobre lo que están hablando. Y hablar, hablar parece que hablen mucho, pero en realidad hablan poco, en algunos casos no hablan nada, en cambio, siempre, se mueven demasiado. Son movimientos lentos, de ataque, de acercamientos. De fuga. La fuga en Do menor siempre es especial. Movimientos con las manos, con las miradas, a veces actúa el cuerpo entero. Muchos son movimientos finos y sutiles, casi imperceptibles, pero siempre son movimientos de acercamientos de ensayos-error. Pruebas previas a encuentros fugaces. Así es la noche en cualquiera de los miles de garitos que hay en mi ciudad. Amo tanto este tipo de garitos, con la misma intensidad que los detesto. Pero cuando pasas una semana intensa de trabajo, o de estudios, o de soledad en tu casa, en tu trabajo, o en tu universidad. Cuando sales de tu entorno, sola o con más gente, el cuerpo se te dispara y acabas siempre en un garito. Hay también quienes acaban en la luna. O más allá del infinito. Yo les envidio y les acepto. Yo, lo reconozco soy más normal pero no me disgusta.

Hoy, he llegado como otras noches acompañada de un puñado de amigas y amigos. Al poco tiempo el grupo se ha dispersado. Unas andan en los lavabos retocándose siempre las mismas cosas. Otros esperan en la barra y devoran con los ojos sus posibles presas. Yo bebo agua mineral de esa botellita que siempre llevo en mi bolso. Mis labios se humedecen poco a poco mientras doy pequeños sorbitos. A lo lejos aparece un tipo de la nada. De apariencia agradable. Se le ve a la legua que cuida sus detalles personales, va limpio, cómodo, elegante pero sin estridencias de ningún tipo. Rasgos suaves, manos delicadas y ojos limpios, mucho más limpio que el aire que respiramos desde luego. Me invita a salir fuera a tomar aire y no me niego. Lo necesitaba ya.
Nos presentamos desde una distancia de cortesía. Hablamos y hablamos como si nos conociéramos de siempre. El se acerca y ase aleja con pequeños saltitos. No quiere aparentar ser cazador ni demostrar debilidad y miedos ancestrales. Me huele a nuevo. Me suena a sincero. Noto como mi cuerpo pudiera estar empezándose a preparar para acortar distancias. Mi interior se mueve y se templa poco a poco. Sin prisas. El no fuerza nada. Todo me está sabiendo a dulce.

De repente. Como si ya nos lo hubiéramos dicho todo. El tipo me mira con ojos de cordero degollado pero hay algo en él me hace que siga estando en estado de alerta. Se me acerca al oído y me dice unas palabras en voz bajita:

- Tu chupas la polla???...
- Perdón?...-contesto anonadada-.

No puedo creer lo que apenas he escuchado. Mi cara de asombro no hace que se estremezca. Al contrario. El tipo me da una explicación.

-Sí, que si te gusta chupar la polla. Que si eres de las que la chupa o no?... Mientras hablábamos, primero pensé en invitarte a casa, a dormir, es de la única manera que podría verte de nuevo para el desayuno. Creo que tu belleza de mañana debe ser increíble y no quería perdérmelo. Mientras pensaba en todo esto. De repente se me vino a la cabeza la pregunta. Dime. La chupas o no?...


Me di la vuelta sin contestar nada, logicamente. Tome el primer taxi, que por suerte pasó en ese instante, menos mal. Tomé aire antes de decirle al conductor:

- A Mártires Concepciones número 18. Por favor.

Pensé que la noche para mí había terminado. Procuré no moverme en el trayecto. No pensar en lo que me había sucedido. Ni pestañee. Ni me molesté en despedirme de mi gente. Envié un mensaje múltiple: “Me ha surgido algo. Nos vemos gente”. El taxi pasó cerca de Ventas, unos amantes retozaban sobre una farola a oscuras. Madrid puede gastarse millones en túneles, pero no repone una bombilla de seis euros en mi barrio. Comprendo que a los amantes no les importe, a mí me indigna.

Ya en la cama respiro profundamente. Uno de mis dedos comienzan a jugar con la frontera de mis sueños y mis recuerdos. Suavemente. Sin darle importancia. Mi cuerpo estaba preparado. El muy estúpido se lo ha perdido. Respiro para cerrar más que nunca mis ojos. Suena delicadamente el timbre de mi puerta. Sin miedo me levanto. Le conozco de otras veces. Es mi vecino del cuarto. Sé que no viene a por sal ni a por azúcar. Hace tiempo que es como si oliera mis derrotas, mis desencuentros. No me pide explicaciones. Yo no necesito contarle nada. Abro, sin mediar palabras él cruza el pasillo, se sienta al fondo sobre mi cama. Espera que me vuelva a acostar. Me arropa. Me besa en la frente y abre su libro de relatos. Mientras me sujeta una de mis manos lee en voz alta su último texto. Su voz delicada se desliza en el aire. Siempre le doy la aprobación con un gesto de mis ojos. Le escucho atentamente. Mi otra mano se pierde entre las sábanas de raso. Buscándome mi centro sensitivo. Su voz resuena por toda la alcoba. La luz de la ciudad es hermosa, las musas están por todos los rincones. Es la hora de la fantasía y de los amantes secretos.

Se que mañana me levantaré con un dulce sabor en los labios. El día será el mejor de mi vida, como otras veces. Sobre los cristales de mi ventana mi vecino dejará escrito un pequeño verso con el carmín que tanto le gusta. Lo primero que haré será desayunar para salir a comprar un ramo de flores.

El vecino del 4º

viernes, 2 de noviembre de 2007

La reforma, la mesita de noche y el lavabo.-

Han vendido un piso en mi edificio. Por fin, eso mueve mi vida por un tiempo. La transforma, la revitaliza. Habrá vecinos nuevos, nuevas cosas que ver. No pierdo detalles, me comporto como un niño cuando venden un piso, como si fuera a ser la fiesta de tu mejor cumpleaños, mucho mejor que los reyes en enero. El caso es que a los pocos días de la venta, formalizados los documentos, hubo movimiento de gente. Supuse que arquitectos, constructor, alguna que otra mujer, sola, acompañada. Andaba despistado, no tenía suficientes datos. No lograba configurar quién o quiénes serían mis próximos vecinos. La reforma no se hizo esperar, el ruido y el polvo fueron inevitables. Los comentarios llegaban desde todos lados. El conserje se quejaba que a él no le mandaba nadie, con malos modales menos, y de la obra ni hablar. Los que padecieron la obra más de cerca se quejaron por todo: el ruido era insoportable, tenían pesadillas con posibles inundaciones, que al paso que iba la obra sería como la del Escorial... Yo cada día más emocionado. Ahora sabía que me esperaban buenos momentos. Quien había pensado en la reforma debía de ser alguien muy especial. De entrada todos los tabiques fuera. Sólo dejó las cargas imprescindibles para que el piso no se viniera abajo. Un piso, una sola estancia. Eso por lo que los jóvenes ahora se pelean un loft. Un lugar que de entrada me empezó a interesar cada día más. Sería el lugar ideal para no perder detalles. Así fue. Las obras se agilizaron. Turnos de mañana y tarde. Todos los permisos en regla, ni una sola de las quejas paralizó la obra. Todo legal. Todo correcto el nido estaba siendo construido sin retrasos. Mi imaginación volaba más rápido que la obra sin duda alguna. Los carpinteros fueron los últimos en terminar. El olor a barniz inundó mis sueños más profundos. Estaba a punto a de conocer a los dueños????. Aún no sabía con certeza quién o quiénes eran. Aquella noche de abril no la olvidaré jamás. Hacía unos días que todo parecía tan en calma en el piso recién estrenado, que algo estaba apunto de ocurrir. Era evidente. Ya a altas horas de la noche llegó una extraña pareja. Me despertó el ruido al subir algunas de sus persianas. Ya estaban en mi poder. A mi alcance. No dieron muchas vueltas al pisito. Todo diáfano. Todo a estrenar. No había pareces que impidieran la vista. No había rincones. Tampoco muebles. Sólo pude alcanzar a ver una cama. Una mesita a un lado y a otro un lavabo. Se amaron como animales del pasado, sin recato, sin límites, sin prisas, sin que nada les arropara. Tras un tiempo impreciso. Alcancé a escuchar unas palabras. O pude imaginarme.
- Bueno... y ahora qué???? – dijo él - .
- Ahora... si tienes sed bebe de la fuente eterna de la pasión. Descansa y más tarde seguiremos -dijo ella- .
El agua cristalina de aquel lavabo inundó todas mis pesadillas por un tiempo. Días más tarde supe que la dueña era ella. El sólo era el arquitecto. Poco más tarde también pasó a visitarla el constructor. El jefe de obra. Los escayolistas. Los oficiales. Los peones. Aún espero mi turno, pacientemente. Yo también, de alguna manera, trabajé en aquella reforma.
El vecino del Cuarto.
19 de Septiembre 2.006